martes, 24 de noviembre de 2009


Una promesa de felicidad.
Carlos León. “Ayer noche mañana será tarde”. Comisaria: María Corral.
Museo Patio Herreriano. Valladolid.
Carlos León. “Super-posiciones”. Galería Max Estrella. Madrid.


Fernando Castro Flórez.


Hago un ejercicio de bibliomancia con Las Bodas de Cadmo y Harmonía: “El monstruo puede perdonar a quien lo ha matado. Pero jamás perdonará a quien no ha querido tocarlo”. Calasso alude a Edipo ciego y mendigo que no lleva una Gorgona en el pecho, ni puede apelar a potencias apotropaicas. Por puro azar tropiezo, una vez más, con la nefasta inversión de la lucidez que se adhiere a la conciencia. No se trata, meramente, de que la ceguera sea una forma (retórica finalmente) de la perspicacia sino de que no somos capaces de enfrentarnos con lo descomunal que late en nuestras entrañas. He sentido el impulso irreprimible de iniciar mi aproximación a la exposición de Carlos León en el Museo Patio Herreriano a partir de este libro porque, tengo que confesarlo, es una querencia común. En realidad, el mismo pintor es para mí no únicamente alguien que hace unas obras que admiro, significa algo más singular: un territorio especial, un dominio de gestos sedimentados sobre una superficie que, gracias a su energía, ha fecundado. Podría volver a lo griego arcaico, esto es, a los misterios eleusinos, ahora que estamos en el tiempo de las granadas y el duelo tremendo de Deméter por la doncella innombrable tendría que cesar. La vieja promesa es que la belleza retornará del reino de los muertos aunque no pueda dejar atrás un halo de melancolía.
Un pintor viajado, en el mejor sentido del término (bien distinto del “nomadismo” de puro marketing o del turismo curatorial), realiza, por fin, una exposición que merecía desde hace años y que algunos esperábamos con ansiedad. ¿Qué había llevado a que Carlos León, en mi opinión uno de los mejores pintores surgidos en la generación de los setenta, sufriera una suerte de pena de ostracismo? ¿Por qué se encuentra ausente de las colecciones de los principales museos españoles y hasta muy recientemente no ha podido encontrar un galerista solvente (Alberto de Juan propietario de la Galería Max Estrella donde también acaba de presentar otra selección de sus pinturas sobre dibond) que le represente? Creo que su “caso” es crucial para comprender el desastre de la “jerarquía” del arte que estableciera el así llamado “discurso crítico” de las últimas décadas. Todavía no hemos superado aquel “entusiasmo” empantanador que Brea tematizara. Y lo peor es que muchos de los héroes entronizados mediáticamente han terminado por mostrar que tenían los pies de barro. Siento insistir en que casi todos los pintores coetáneos de Carlos León han entrado en una franca decadencia. Afortunadamente no es su caso.
Maria Corral, con enorme lucidez, ha tomado la decisión de no organizar una “retrospectiva” al uso sino una magnífica selección de cuatro piezas muy potentes de los años setenta que ejemplifican la asunción de los postulados de Support/Surfaces por parte de Carlos León que, literalmente, se enfrentan con su última producción pictórica. El esquematismo geométrico de aquellos años en los que se hablaba de maoísmo y teoría de juegos, de estructuralismo y psicoanálisis, de mise en abyme y de un de “objeto cuadro”, en palabras de Marcelin Pleynet, a punto de desvanecerse, dio paso, en el imaginario fecundo del pintor español, a una asunción del expresionismo abstracto sin caer en las meras “fórmulas”. Refractario al formalismo y, en buena medida, marcado por una impronta romántica (vale decir, por una pulsión en pos de lo sublime), ha fijado una idea poético-pictórica de la naturaleza de una enorme intensidad. Sus jardines evocan el mundo de Perséfone, pero también la metamorfosis atroz de Acteón, el trágico néctar dionisiaco y la sangre de los sacrificios arcaicos. Sin renunciar nunca a su imaginación abstracta, evitando lo anecdótico y, por supuesto, rechazando la banalización contemporáneo, Carlos León ha sabido resistir. No es poco y, perdón por la obviedad, no es fácil.
Da gusto (una palabra que para algunos puede ser un tabú) recorrer las salas donde los grandes formatos de este artista y sus fantásticas superposiciones (veladuras literales) de óleo sobre poliéster imponen una zona líquida y agitada, que va del negro espeso a los rojos agitados, de la frescura y la locura que viene de las ninfas al pacto que simboliza el arco iris que está a punto de aparecer. Tiempo meteorológico e instante hermosos, visiones que nos entregan el temblor de la emoción y paisajes oníricos. “Carlos León –señala David Barro en un espléndido texto en el catálogo- trabaja distintas sedimentaciones, memorias, experiencias y pasos que diseñan en el tiempo una figura inconcebible, una poética de lo frágil”. Es, de verdad, uno de los últimos delicados, un maestro de la elegancia pictórica que tal vez deseo algún día tener algún día el poder tremendo de la cabeza de la Medusa. Recuerdo un pasaje de Georg Büchner en el que se dic que ayer paseaba por un valle y vio a dos muchachas sentadas sobre una roca: una estaba anudándose el cabello y la otra le ayudaba; una escena de una belleza que apenas podía describir, algo efímero que reclamaba la condición de lo eterno. No necesitamos recitar el soneto baudeleriano a una que pasa, basta con no olvidar que existen obras de arte que tienen algo de “promesa de felicidad”. Carlos León ha sabido meter mano en algo inquietante y nosotros, gracias a su entereza y sabiduría, podemos experimentar un placer estético de primera magnitud.

No hay comentarios:

Publicar un comentario