lunes, 22 de junio de 2009


El desorden pseudo-filosófico del discurso
“Fare Mondi// Macking Worlds”. 53 Bienal de Venecia.
Comisario: Daniel Birnbaum.


Fernando Castro Flórez.

Soy, desde mi nombre que firma este texto, un descriptor rígido, esto es, aquello que mantiene la referencia en situaciones contrafácticas. Aunque no sea un tema que nos quite, de momento, el sueño, conviene saber que los eventos o situaciones contrafactuales son aquellos que no han acontecido en el universo actualmente observable de la investigación humana pero que pudieran haber ocurrido. No pierdo el tiempo con estas cuestiones propias de la lógica modal sino que traigo a colación algo que interesó a Kripke y a Gödel pero también a Nelson Goodman cuyo nombre, o para ser más preciso el del más famoso de sus libros Ways of worldmaking (1976), es utilizado en vano por Daniel Birnbaum en la Bienal de Venecia que acaba de ser inaugurada justo cuando el agua alta impedía que la fiesta acompañara a ciertos impostores. Aunque tengo claro que el nombre no es arquetipo de la cosa nunca deja de sorprenderme la ligereza con la algunos citan asuntos de los que parecen ignorarlo todo. ¿Sabe el citado comisario algo de Goodman o tan sólo considera que en su nombre está ya enunciada la bondad humana y con ello puedo contentar a unos y a otros? Supongo que da por sentado que es mejor citar a un pensador que reconsideró la teoría de conjuntos que a los pitufos o al doctor House. Pero coquetear con la filosofía y, particularmente, con el nominalismo y sus derivaciones lógico-matemáticas, no es ni recomendable ni está al alcance de cualquiera. Aunque Birnbaum ha dedicado ensayos a la fenomenología (The Hospitality of Presence: problems of otherness in Husserl´s phenomenology) o a la emergencia de un sentido diferente del tiempo (Chronology), lo cierto es que la penetración reflexiva brilla por su ausencia en el discurso curatorial que ha desplegado en la Bienal. Si la anterior, organizada por Robert Storr, fue “académica” y tremendamente conservadora, esta vuelve a decepcionar más que nada por la falta de criterio y por el desorden total.
El recorrido en el Arsenale comienza con una hermosa instalación de Lygia Pape tras la que ha dispuesto otra de Pistoletto, con espejos enormes que el artista ha ido rompiendo; lo sorprendente es que esa “lógica” que recordaba la del primer comisariado de Szeemann, hace ya una década en estos mismos espacios, es abandonada de forma inmediata. Lo que tras ese soberbio arranque vemos es el batiburrillo de infinidad de creadores que da la impresión que hubieran sido colocados al pairo. La arbitrariedad y el desfase adquieren, en algunos casos, proporciones insólitas. Pinturas, habitualmente de corte regresivo-infantil, comparten estancias con video-instalaciones o disposiciones escultóricas sin que guarden ninguna clase de relación. Ni siquiera llega a surgir una fricción que active el imaginario del espectador. Un comentario de Muntadas me hizo reparar en que allí latía una especie de estética “a lo New Museum”; en verdad, esa pasión por el barullo y tal obstinación en no generar otra cosa que ruido, despreciando cualquier ordenación crítica, va camino de convertirse en canónica. En medio de ese desaguisado las acciones domésticas de Bestué/Vives, sin caer en el ramplón “patrioterismo”, son de lo mejor dado que, al menos, introducen una nota de humor que en algunos megalómanos con vocación de traperos es imposible que surja.
Birnbaum repite la jugada en el Pabellón Italia de los Giardini: coloca en el espacio central de entrada (tras atravesar una sórdida y sobadísima instalación alegórica sobre el “transporte” de la pintura postmoderna) una impactante instalación de Tomás Sarraceno y luego retoma su gusto por el anacronismo y la desubicación. Tengo la impresión de que llevamos años abusando de la exhibición de “referencias”, esto es, que no tiene sentido exponer materiales de Gutai o Yoko Ono, rehacer una imponente pieza de Blinky Palermo o rendir homenaje a Fahlström para luego dejar que Nathalie Djurberg llene hasta los topes un espacio con flores de latex y animaciones que son la cima de lo kitsch e incluso de lo espantoso. Insisto en subrayar que las relaciones entre las obras son coyunturales o, por emplear la terminología de Goodman, constituyen un universo posible, como aquel en el que Aristóteles pudo no ser discípulo de Platón. ¿Por qué, se preguntará un recalcitrante, están confrontados, unos dibujos y un video de una acción de Gordon Matta-Clark y unos dibujos hiperrealistas de Toba Khedoori? Bastaría prestar atención a la silla patas arriba que este último ha plasmado en un papel para aceptar que lo que ha desaparecido, por obra y gracia de la práctica curatorial, es la comprensión misma. En Maneras de hacer mundos, Goodman advertía que conocer no es una experiencia inmediata sino un proceso constructivo en el que participamos de forma activa; lo que podemos llegar a conocer son nuestras propias “versiones del mundo” y el arte tanto como la ciencia proporciona no solo placer sino un fundamento teórico indispensable. Al no existir teorización de ninguna índole en la “selección” de Birnbaum, el espectador no puede, so pena de caer en la interpretosis, iniciar el proceso activo de la comprensión. Tal vez lo único que interesa es la presencia masiva, tanto de los objetos cuanto de los sujetos, el mundanal ruido y la comunión acrítica con el pastelón de la globalización tóxica.
Por lo menos en la punta de la Dogana hasta los niños son capaces de atrapar ranas a mano. En la otra rivera del Gran Canal la mente está habitada por musarañas. Es penoso que el coleccionismo, de Pinault al sublime (no exagero) planteamiento de Axel Vervoordt en el Museo Fortuny, den sopas con ondas a los comisarios de moda atrincherados, da la impresión, en los mundos de Rapunzel. Para completar el desastre no falta ni el macramé en un espacio donde también cuelgan lámparas de una cutrez ejemplar. Con todo, siempre podemos deslizarnos hacia algo peor, tal y como comprobamos cuando franqueamos la puerta de la selección que han realizado Luca Beatricce y Beatrice Buscaroli de arte italiano. No es, si bien pudiera parecerlo, una exhibición paródica, lo dramático es que esas pinturas sórdidas, propias de hoteles de carretera o semejantes a las que entretienen a buena gente en infinitas casas de cultura, las han perpetrado “profesionales” que se toman la cosa en serio. La crítica ha denunciado ese pabellón como “berlusconiano”. Craso error: lo expuesto carece incluso de cinismo, es, lisa y llanamente, infumable, basura que debería tener marcos de pan de oro. En singular coherencia con Birnbaum, aunque todavía con menos sensatez, exhiben un mundo que ni siquiera tiene conciencia de la catástrofe. El comisario “más joven” de la Bienal anuncia “nuevos comienzos”, sostiene que las obras que ha seleccionado exploran nuevos espacios fuera del contexto institucional y más allá de las expectativas del mercado. Si de verdad se cree lo que dice tendrán que ponerle una camisa de fuerza cuanto antes. Basta ver las piezas de André Cadere colocadas primorosamente en tantas salas del Pabellón Italia para comprobar que lo clandestino ha terminado por ser santificado. Nuestra época en manifiesta estanflacion necesitaba de un experto en mereologia: el desorden deliberado impide tanto las contradicciones cuando el mínimo esfuerzo por emplear cualquier tipo de lógica. Birnbaum, sin tener ni idea, rinde cumplido homenaje contrafáctico a un mundo que anhelaba alguna comprensión y que tan sólo recibe una ración espesa de papilla.

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