jueves, 30 de abril de 2009


A orillas de lo impersonal
Carlos Ferrer Barrera



A veces, al visitar determinadas exposiciones, tengo la fugitiva sensación de que el arte no sabe hacia dónde se dirige. Quiero decir con esto que, en conjunto, y aún a falta de la necesaria perspectiva para apreciarlo, los artistas actuales no tienen un objetivo común claro hacia el que derivar. Ni falta que hace. En una sociedad individualista como la que sostenemos, aquello de ir codo con codo no se lleva si no es para usarlo como arma y expulsar a la cuneta a los competidores, o bien para apoyarnos y sacar nuestras cabezas por encima de la maleza. En esto, quien muestre una debilidad está perdido, y la carrera del arte tiene tantos rivales que los que se pretendían modernos en el siglo XIX entendieron que quizá es mejor mostrarse bajo la máscara o el maquillaje. Ya ellos previeron que, en aquellas masificadas ciudades, la modernidad pasaba por perderse entre la muchedumbre y observar a la ‘foule’, ir de un lado a otro según se sucediesen los acontecimientos. Lápiz y cuaderno en mano, a tomar notas o esbozos bajo la posición encubierta del francotirador.

Eran los inicios de la modernidad, los primeros momentos en que artistas y escritores se asomaban al balcón buscando una poderosa imagen de la urbe. Entonces, algunos pintores se ocultaban en su autorretrato tras el humo, entre máscaras o bajo la afectada pose del dandy. Hoy todo eso ha cambiado, aunque ese proceso de ocultación continúa ante el riesgo de parecer demasiado humano. Las necesidades intelectuales no son las que fueron, pero la desnudez sigue sin estar de moda. El artista no se ofrece al espectador en plenitud, sino que sugiere un ‘yo’ esencial a través de sus obras. Algo así sucede con la reciente exposición de Susy Gómez en el CAC Málaga, una selección de piezas fotográficas de gran tamaño que proceden de un trabajo previo de pseudo-collage con elementos y técnicas muy diversos, desde el uso de joyas familiares, hasta la pintura, pasando por cera derretida o capas de purpurina. Todo ello aplicado sobre imágenes extraídas de revistas de moda, en una suerte de anulación feminista de esa imagen de la mujer-objeto. En cualquier caso, el interés de la mallorquina por el mundo de la moda es evidente desde sus inicios.

Como afirma la propia artista, en dichas obras subyace una fuerte carga personal, e incluso confiesa que la exposición está dedicada a sus tías. Sin embargo difícilmente podemos localizar rasgos de su mundo interior desde la frialdad y la lejanía del perfecto desconocido, y ante tal galería de Sin títulos. En esos desproporcionados cuadros, cuidadosamente mal puestos contra la pared, lo único que queda de personal es la aparición de un anillo y un pendiente que, como reza el folleto de mano, pertenecieron a su madre y ejercen de símbolos para diferenciarse del resto de elementos. Quizá ese sea el hilo desde el que adentrarse en el interior del laberinto, una pequeña luz en la oscuridad, aunque en el fondo nos preguntemos qué demonios nos importa lo que tenga que decirnos de sí misma la autora, si lo realmente interesante es su aporte al entramado artístico. Lo que sucede es que cuando uno entra a ver una exposición con un título como ‘El timón de mis almas’, lo último que espera es salir más desconcertado aún sobre la idea que tenía previamente. Y Susy Gómez juega ágilmente con ello. Lo hace desde el principio, con esa primera obra en la que un ojo nos observa desde una mirilla, como si estuviese tras una puerta que creemos que va a abrir. Las misteriosas imágenes que le siguen no aportan mucho más en ese sentido bajo ese aire pop que les envuelve. Rostros tachados con rotulador, cuerpos bañados por la cera aún caliente, capas de pintura o una lluvia de purpurina, todo ello bajo la fría apariencia de la imagen publicitaria y con algún retazo de los objetos personales antes mencionados.

En definitiva, estos juegos de exhibición/ocultación no son nada nuevo en el arte contemporáneo, más bien se trata de un clásico en la historia del arte que podría enlazarse con la evolución del autorretrato. El propio Warhol, entre otros muchos, también jugó a mostrarse, pero en una imagen que dista bastante de la profundidad y la desnudez del alma. Mostró, manipulada, reelaborada y sin ambages, una apariencia, que muchos engullimos e interpretamos como si fuese real. Y lo es.

2 comentarios:

  1. Una crítica muy brillante, muy bien escrita y argumentada. Por destacar algo, me quedo con este párrafo que para mí es la clave principal:

    "Hoy todo eso ha cambiado, aunque ese proceso de ocultación continúa ante el riesgo de parecer demasiado humano. Las necesidades intelectuales no son las que fueron, pero la desnudez sigue sin estar de moda. El artista no se ofrece al espectador en plenitud, sino que sugiere un ‘yo’ esencial a través de sus obras."

    Lo dicho, me ha gustado mucho, Carlos.

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  2. He buscado la cita, creo que viene al caso.

    "Una compañía estaba interesada en comprar mi aura. No quería mis productos. Sólo decía insistentemente que quería mi aura. Nunca entendí a qué se refería"

    (Andy Warhol, 1975)

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