lunes, 13 de abril de 2009

LA CONSPIRACIÓN DE LA PLAZA DEALEY.
Un taller (vertiginoso) de crítica de arte.

Fernando Castro Flórez.

Profesor de Estética y Teoría de las Artes de la Universidad Autónoma de Madrid.
Crítico de arte y comisario de exposiciones.


Estamos entrando, en el arte actual, en lo que denominaré una completa literalidad, donde de nada se te dispensa. Me refiero a ese tipo de narrativa en la que si se nombra el accidente hay que pasar, inmediatamente, a la fenomenología de las vísceras, acercar la mirada hasta que sintamos la extrema repugnancia, si de caspa se trata tendremos que soportar la urgencia de quitarnos la que se nos acumula en la chaqueta y, por supuesto, si aparece, en cualquiera de sus formas, el deseo (en plena “sexualización del arte”), habrá que contar con la obscenidad que nos corresponde. Cuando la contracultura es, meramente, testimonial (o mala digestión, sarcasmo vandálico en el hackerismo) y la nevera museística ha congelado todo aquello que, en apariencia, se le oponía, parece como si fuera necesario deslizarse hacia un realismo problemático (donde se mezcla el sociologismo con las formulaciones casi hegemónicas de lo abyecto), más que en las pautas del rococó subvertido que establecieran las instalaciones, hoy por hoy, materia prima de la rutina estética, en un despliegue desconocido de las tácticas del reciclaje. Las nuevas tecnologías evitan desplazarse para habitar, la domótica sirve para construir, a escala universal, el “inválido equipado”. Atrapados en la narcolepsia del mando a distancia (cetro mítico y fuente del poder material, falo mediáticamente despótico, golosina de la “democracia telemática”) hemos renunciado al trayecto que, por otro lado, era una de las potencias subversivas del arte contemporáneo. La utopía de la “alta definición” no deja de lanzar el anzuelo: todo está servido por televisión, desde el cómodo sillón el espectador podrá “resolver la existencia” (negociar, conversar, divertirse, viajar virtualmente, controlar las tareas domésticas, etc.). Y, sin embargo, ese zappeo olímpico no nos proporciona otro placer que el masturbatorio (porno codificado, líneas calientes mezcladas con tele-parapsicólogos, voyeurismo del ridículo). Todavía el automóvil (forma de la indumentaria o, mejor, de la prolongación de nuestra “identidad”) tenía un rozamiento con el mundo, permitía una redefinición del paisajismo y, en singulares ocasiones, una dinámica erótica propia de contorsionistas, mientras que el teléfono nos mantenía en contacto con las personas que verdaderamente nos importaban, sin embargo, hoy no hay otro lugar en el que conducir que no sea el atasco (las carreteras convertidas en cementerios de ataúdes climatizados) y los celulares han creado una nueva adicción narcótica (ubicuidad de la llamada, imposibilidad de soportar la falta de interlocutores, vértigo de los negocios o cháchara full time). El arte contemporáneo lanza su último cartucho en una dilatada “desaparición” en la que pretende recuperar el poder de lo fascinante y lo que en realidad ocurre es que los gestos quedan presos de la comedia de la obscenidad y la pornografía. En la actualidad proliferan, incluso patéticamente, las figuras de la obscenidad, revelando lo traumático pero también la ambivalencia (gozo-padecimiento) del narcisismo, en lo que supone una verdadera deriva manierista. Hasta cierto punto, la función del arte es proporcionar una distancia soportable, aunque, como sabemos, el programa vanguardista, precisamente, quería romper esta separación, que no sólo es la hay con la vida, sino también aquella otra que aparta, bajo el manto “ideológico” de la autonomía, la política. Son muchas las paradojas del arte moderno, embarcado en una pretendida liberación (social, de los instintos, de la tradición) que termina por resolverse en ambigüedad (negativa), aunque también puede ser entendida como potencia liberadora. Las ambivalentes actitudes artísticas contemporáneas (resultando difícil saber si son formas de la resistencia semiótica, poses de franca decadencia revolucionaria o gestos de cinismo en los que la teatralización ha sustituido a cualquier estrategia crítica) no han sido capaces de explicar la pasión del hombre por las cadenas, acaso por estar esos mismos procesos creativos atados al fetichismo que intentan cuestionar.



En este Taller de crítica de arte se intentará ofrecer un panorama de algunos aspectos cruciales del arte contemporáneo pero, lo más importante, se realizaran comentarios y discusiones ejemplares. Los participantes desarrollaran, de forma práctica, su discurso sobre exposiciones o artistas realizando una puesta en común polémica de sus puntos de vista. El ejercicio tanto escrito cuanto oral de la crítica será el eje vertebrador de la actividad a desarrollar.

El grupo de participantes en el taller desarrollarán durante dos días, esto es, de forma vertiginosa, sus planteamientos críticos que pasaran a ser introducidos en un blog. El director del taller fijará las líneas de trabajo y dará las pautas de las discusiones.

También se impartirán dos conferencias abiertas a todo el público que servirán como apertura y clausura del Taller:

1) Del bienalismo a la quimera relacional.
2) Regreso a Nostromo. El arte en la era del freakismo hegemónico.


El Taller está dirigido a alumnos o licenciados de Historia del Arte, Filosofía o Bellas Artes que tengan interés por la crítica de arte o por las tendencias creativas de nuestro tiempo. Aquellos que se matriculen deben entender que se busca, de forma explícita, la participación activa para desarrollar la capacidad de análisis y discusión.

El director del Taller realizará una selección para configurar el número ideal de participantes en el taller (20 miembros).

Se extenderá un certificado en el que consten las horas de trabajo en el Taller de Crìtica.

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